Imagina despertar un día, después de un largo sueño. Te desperezas. Todo te duele y no sabes por qué. No reconoces la habitación donde estás. Tus ojos tardan un poco en acostumbrarse a tanta luz. Tu cerebro comienza a carburar. Sientes frío. Te das cuenta que estás desnudo. Afuera no se oye un sólo ruido (¿estarás soñando? ¿habrás muerto durante tu sueño?). Te levantas. Hay varias agujas y mangueritas conectadas a tu cuerpo. Tu brazo sangra al arrancarlas. Como puedes, te escabulles al exterior. Ni un alma en las calles. Papeles y basura la cubren. De pronto, te das cuenta que la basura no es basura, sino cosas que parecen haber sido dejadas con descuido sobre el cemento. Gritas una y otra vez esperando que alguien responda. Nada. Llegas hasta una iglesia. El cura intenta atacarte. No entiendes nada. Sientes miedo. Un par de personas con bombas molotov en las manos te gritan "¡Es por aquí!", mientras una horda de gente que emite ruidos extraños y parece furiosa te persigue al tope de sus energías.
Esto es lo que sucede durante los primeros veinte minutos de 28 Days Later (Exterminio, le pusieron acá), una de las películas que durante los últimos meses ha logrado mantenerme obsesionada.
Me han preguntado varias veces qué es lo que me atrae tanto de esta película. No puedo tener una sola razón. Hay muchas, como la conexión que logra Danny Boyle entre lo visual y lo sonoro. La escena en que Jim encuentra los cadáveres de sus padres en casa, ambientada por Abide With Me, es un golpazo hasta para el más rudo. Leer el mensaje que han escrito los padres al reverso de la foto de Jim cuando era niño arranca las lágrimas. Otra favorita es la escena de Budgen's, donde Selena, Hannah, Frank y Jim encuentran las puertas abiertas y provisiones a montón, mientras se desafían a correr con los carritos del supermercado por los pasillos, llenando hasta el tope bolsas con provisiones deliciosas: chocolates, whisky, manzanas... y Grandaddy bajito, bajito al fondo con la poderosa AM180. Otra escena más para el anuario: la familia de caballos salvajes que corre en los campos, mientras Frank, Hannah, Selena y Jim comen, tristes, luego de haber perdido toda esperanza de no poder recuperar el mundo en que vivían 28 días atrás, mientras Brian Eno suelta la fabulosa An Ending (Ascent). Definitivamente hablamos de una película que tiene buena comunicación entre lo sonoro y lo visual.
Más allá de las escenas conmovedoras, no es nada más una película sangrienta. Sí, los infectados son una parte muy importante de ella, así como las persecuciones que se suscitan entre quienes ellos y los que no lo están (aún), pero creo que yendo más al fondo, la angustia que provoca no se debe solamente a lo que sabemos no ocurrirá a los personajes principales, sino que es una película que nos lleva a ponernos en su lugar. Como expectador, a veces se antoja la idea de despertar y encontrar la ciudad desierta, sin microbuseros (si yo hiciera un remake de esta película, los infectados serían seguramente microbuseros y no andarían a pincel, sino en sus microbuses infernales), sin tanta méndiga gente estresada, aunque muy probablemente no sería tan diferente de como ya es. Lo dicen en ambas partes de esta película (por cierto, la segunda no tiene nada qué ver con la primera, no está dirigida por el Boyle y es todo un cliché con C mayúscula): las cosas, si volvieran a la normalidad, no serían tan diferentes, a final de cuentas, tanto antes como después, es sólo gente matando gente.
Yo, últimamente, me trepo al micro, en mis viajes de hora y media entre mi casa y mi trabajo, le subo todo el volumen al mp3 y escucho una y otra vez el soundtrack. Me imagino que no hay nadie en las calles, que todo está desierto... y respiro tranquila, aunque me da horror pensar en que el fulano que viene roncando atrás de mí pueda ser un infectado.