"Pebbles bleed as the love recedes
A waste of breath all this stoic stealth
Beyond poppied hills we see
The meeting point of our history
Impressions of life Confusion is rife
Tell a lie then intensify
All your thoughts of hate to articulate
On poppied hills we see
The meeting point of our history
Impressions of life
Confusion is rife"
Desertion, JJ72
Cuando era niña, íbamos cada sábado a comer a casa de los padres de mi madre. Ni a mi padre ni a mí nos agradaba mucho la idea, pero mi madre siempre ha sido un poco chantajista emocionalmente y lograba forzarnos a ir con su familia. Yo no tenía tanto problema hasta antes de los 10 u 11 años. Me gustaba estar con mis primas que eran como 10 años más grandes que yo porque jugaban conmigo y demás. Excepto con mi prima que es sólo un año mayor. Con ella nunca me he llevado bien, pues es un poco especial. Pero ahora no me voya meter en los detalles de ésa fijación tan rara que ella siempre ha tenido hacia mí.
Mi abuelo era genial. Muy ocurrente, pero callado. Nunca se metía con nosotros. Mi abuela... bueno, ella siempre fue harina de otro costal. Creo que siempre soñé con una de ésas abuelas chidas que juegan con los nietos, los consienten, les cuentan cuentos bonitos y les hacen pay de manzana. Pero bueno, me tocó mala suerte y en su lugar, tuve a mi abuela.
Nunca entendí por qué mi madre tenía qué llegar hasta el chantaje emocional para obligarme a ir a verla. No me gustaba. Nunca me gustó ir a verla, porque me hacía sentir incómoda. Sé que hay muchos niños que no quieren ver a sus abuelos porque se aburren, pero en mi caso, la aburrición no estaba contemplada, pues siempre tuve a mis primas que eran como 10 años mayores que yo y con quienes jugaba y hacía tonterías, como una niña normal. Excepto con la prima que es un año mayor que yo y que siempre tuvo una fijación un poco extraña conmigo; pero eso es tema de otro blog. Cada sábado eran batallas impresionantes de poder entre mi mamá y yo por ir a ver a mi abuela. Yo siempre decía que no quería ir y mi madre siempre se enojaba conmigo porque le decía, sinceramente, que no quería ir. Pero creo que mi madre nunca ha estado consciente de lo difícil que es querer a alguien a la fuerza. Para ella, creo, la situación es distinta, pues finalmente, es su madre y punto, no hay más qué decir al respecto, pero cuando se trata de una abuela, es un poco más difícil pretender que te quieran nomás porque sí.
Mi abuela siempre tuvo un carácter muy fuerte. Incluso se decía que en casa de mi madre, lo que había era un matriarcado: mi abuela disponía y mi abuelo, como buen pacifista, sólo se dejaba llevar. Creo que a él nunca le importó que así fuera. Por muchas razones, creo que mi abuelo fue un hombre adelantado a su tiempo, aunque también pienso que no le quedaba de otra: con su esposa y cuatro hijas no creo que le dieran muchas ganas de imponerse.
Cuando era niña, mis papás me enseñaron que lo que yo tenía qué decir siempre importante, e incluso me inculcaron un sentido crítico al preguntarme siempre qué pensaba. La bronca venía en casa de mi abuela, cuando se ponía a discusión un tema. No hacía más que empezar con el "yo opino que..." cuando mi abuela volteaba a verme con ojos de pistola y me decía "usted vea, oiga y calle". No recuerdo una frase tan odiosa como ésa. No recuerdo nada que me hiciera hervir más las tripas que ésas palabras. En parte por la confusión que me provocaba por lo que me decían en casa y lo que ella decía. ¿Eso significaba que mis papás no me estaban educando bien?
Como mis papás trabajaban a veces hasta los domingos, muchas veces tuve qué quedarme en casa de mis abuelos a dormir. Como siempre he sido bastante dormilona, me dejaban dormir hasta que yo solita me despertaba. Claro que a mi abuelo le costaba más trabajo, pues cuentan que por ahí de las 11 de la mañana decía "hay que ir a ver si ésa niña se siente bien" y dicen que varias veces entró a mi cuarto a ver si yo seguía respirando. Y es que a veces no sabía qué hacer mientras esperaba a mis papás, pues nunca me gustó mucho platicar con mi abuela.
Creo que tendría como 8 ó 9 años cuando ella me contó lo que le había hecho el chino. Mi abuela y su madre siempre estuvieron solas. Y como ninguna de las dos tenía trabajo, a veces tenían qué pedir fiado en las tiendas para poder comer. Mi abuela siempre fue una mujer guapa y su madre se aprovechaba de éso para mandarla a hacerle ojitos al de la carnicería o al de la tienda para que les dieran algo. El chino era dueño de una carnicería. Mi abuela contaba que, un día, fue por algo de carne y el chino le dijo que tenía algo para ellas pero que viniera a la trastienda. Ahí, dice mi abuela que el chino se desabrochó el pantalón y le enseñó su pene hinchado. Nunca más quiso ir sola por la carne. Y gracias a éso que me contó, mucho tiempo tuve miedo de los orientales.
Ya un poco más grande, me contó del día que vio al Diablo. Ella jura y perjura que era un hombre bien vestido, con dientes de oro y una expresión muy extraña. Decía que la había seguido toda una tarde y que aún le daba miedo al recordar a ése hombre. Pero siempre terminaba su historia diciendo que había que tenerle miedo a los hombres, pues eran malos.
Creo que lo peor que pudo haber dicho, fue cuando yo tenía como 10 u 11 años. Ella iba algunas veces a recogerme a la escuela, pues mis padres no podían o mi nana estaba enferma. Hacía algunos sábados, mi papá había dejado de ir a su casa. Comprensible, después de que era por todos sabido que mi abuela no lo veía con buenos ojos. Supongo que se cansó de tanta grosería. Entonces, mi abuela me dijo algo que nunca olvidaré: "¿Por qué tu papá ya no viene? Creo que te toca tener los ojos bien abiertos ahora y si ves que tu papá hace cosas que no están bien, habla con él y no le digas a tu mamá...". Después de eso, estuve algún tiempo pensando en lo que me habría querido decir con eso. Creo que no tenía ninguna necesidad de lidiar con pensamientos así a esa edad (o a ninguna otra).
Hace unos años. Mi abuela se enfermó gravemente. Estuvo a punto de morirse y luego de eso, ya no quedó muy bien. Cuando luego de 2 semanas regresó por fin a su casa, se ponía de muy mal humor diciendo que ése lugar no era su casa y necia con que quería que la llevaran a su casa. Uno de ésos días, estando yo ahí, para tranquilizarla, empecé por señalarle que sus cosas estaban ahí y que no tenía por qué tener miedo, pues estaba en su casa. Unos días después, mi tía llamó para preguntarme si era cierto que había querido pegarle a mi abuela. Después de eso, no me paro por su casa a menos que sea caso de extrema urgencia.
Antes de irme, mi mamá me pidió que fuera a despedirme de ella. Y debo confesar que no es que no haya tenido tiempo. La verdad me hice bien güey para no ir. Ahora que volví, mi madre ha estado insistiéndome en que vaya a verla. Ya no hace sus chantajes como antes porque sabe que a éstas alturas, no funcionan. Si no la he ido a ver, es porque no siento ningún apego hacia ella. Creo que el amor que un nieto sienta por sus abuelos es algo que debe trabajarse y no darse por sentado. A fuerza, ni los zapatos entran.