Para M. mi amor platónico y celular aunque no lo sepa (juar juar)
Hoy me levanté pensando en tí. Ya no es raro. Ahora es casi incómodo. Sobre todo por lo que significa el pensarte sabiendo que no estás cerca.
Abro los ojos y la primera imagen que viene a mi mente es tu cuerpo calientito junto al mío por la mañana, tus ronquidos suaves (te he engañado siempre; roncas peor que un oso encabronado) y el dulce olor que despides luego de una noche de sueño reparador (miento; hueles igual que todo el mundo en la mañana, pero eso poco me importa). Pienso en como te besaba la frente al levantarme y tú sólo te escondías en la profundidad de las cobijas, haciéndome recordar el dolor de levantarme temprano mientras tú podías dormir por no sé cuántas horas más. Cuántas veces no desée mandar todo al carajo, regresar bajo las cobijas y rodear tu cuerpo con mis brazos, mientras volvía a hundirme en un profundo sueño. No sé por qué nunca lo hice.
Me estiro un poco y recuerdo las mañanas de domingo en que amanecías a mi lado y en que utilizaba como pretexto el estirarme para meter una mano entre tus pechos. Me gustaba ese perfume que impregnaba mi mano después de haber estado entre ellos, mezcla de perfume y sudor. Agridulce, así olía mi mano luego de haber estado en la división de tus senos. Inconscientemente (o tal vez con toda premeditación, alevosía y ventaja), mis manos terminaban sobre tus pechos en algunos minutos. Tú despertabas renuentemente, bostezabas, sonreías con los ojos entrecerrados y te negabas a besarme, argumentando que tu aliento por la mañana era el peor (el de todos, ¿no?). Te levantabas para lavarte los dientes. Recuerdo cómo me gustaba mirarte caminar hacia el baño en pantaletas (las azules estilo bóxer eran las mejores) y camiseta. De vuelta, tus senos bailaban ligeramente al paso de tus pies. Me gustaba ver tus pezones erectos debajo de la camiseta, a veces por el frío, a veces como anticipación a lo que sucedería en cuanto volvieras a tomar tu lugar junto a mí.
Cada vez era igual. Tomabas tu lugar en la cama como si nunca te hubieses levantado, me mirabas desde la almohada con esa mirada que tanto me gustaba, entre inocente y cachonda, que me hacía desearte como el primer día. Me acercaba a tí, nos besábamos con fuerza y después hacíamos el amor como si hubieran pasado años desde la última vez.
El resto de las mañanas de domingo pasaba como un sueño. Hablábamos de todo y nada, nos besábamos, reíamos contándonos chistes, juguetéabamos, deshacíamos en críticas a quienes nos daban los momentos más difíciles en nuestros trabajos, hacíamos el amor dos veces más, y luego volvías a quedarte dormida mientras yo pasaba mis dedos una y otra vez por tu cabello. Ese cabello que no puedo quitarme de la cabeza: negro, sedoso, perfumado.
Se me hace tarde, pero qué más da. Hoy he decidido llevar estos pensamientos hasta el límite. Detesto despertar por las mañanas con una imagen tuya en la cabeza. Extender mi brazo al lado contrario de la cama y despertar de golpe, sintiéndome estúpido, al no encontrarte ahí. Recuerdo aquél día en que me enviaste un mensaje preguntándome si te extrañaba y cuánto. Fue entonces cuando se me ocurrió lo que después sería un chiste local entre tú y yo. No sabía cómo decirte que estaba tan entretenido jugando Play, que no sentía mucho la falta de tu presencia. "Te extraño más que a matar zombies" te contesté, y para mi fortuna lo encontraste hasta poético. Desde entonces, a cada rato nos mandábamos mensajes con las misma frase. A veces nos llamábamos a media noche, para decirnos esa frase nada más.
Y no sé por qué ahora, siendo yo el que se fue, siendo yo el que te pidió que nos separáramos por el miedo de que la distancia física a que nos enfrentaríamos nos diera en la madre, siendo yo el que está en la situación más ventojosa, te pienso, te veo, te imagino, te deseo y te extraño más que a matar zombies.