lunes, 26 de noviembre de 2007

Te extraño más que a matar zombies

Para M. mi amor platónico y celular aunque no lo sepa (juar juar)
Hoy me levanté pensando en tí. Ya no es raro. Ahora es casi incómodo. Sobre todo por lo que significa el pensarte sabiendo que no estás cerca.
Abro los ojos y la primera imagen que viene a mi mente es tu cuerpo calientito junto al mío por la mañana, tus ronquidos suaves (te he engañado siempre; roncas peor que un oso encabronado) y el dulce olor que despides luego de una noche de sueño reparador (miento; hueles igual que todo el mundo en la mañana, pero eso poco me importa). Pienso en como te besaba la frente al levantarme y tú sólo te escondías en la profundidad de las cobijas, haciéndome recordar el dolor de levantarme temprano mientras tú podías dormir por no sé cuántas horas más. Cuántas veces no desée mandar todo al carajo, regresar bajo las cobijas y rodear tu cuerpo con mis brazos, mientras volvía a hundirme en un profundo sueño. No sé por qué nunca lo hice.
Me estiro un poco y recuerdo las mañanas de domingo en que amanecías a mi lado y en que utilizaba como pretexto el estirarme para meter una mano entre tus pechos. Me gustaba ese perfume que impregnaba mi mano después de haber estado entre ellos, mezcla de perfume y sudor. Agridulce, así olía mi mano luego de haber estado en la división de tus senos. Inconscientemente (o tal vez con toda premeditación, alevosía y ventaja), mis manos terminaban sobre tus pechos en algunos minutos. Tú despertabas renuentemente, bostezabas, sonreías con los ojos entrecerrados y te negabas a besarme, argumentando que tu aliento por la mañana era el peor (el de todos, ¿no?). Te levantabas para lavarte los dientes. Recuerdo cómo me gustaba mirarte caminar hacia el baño en pantaletas (las azules estilo bóxer eran las mejores) y camiseta. De vuelta, tus senos bailaban ligeramente al paso de tus pies. Me gustaba ver tus pezones erectos debajo de la camiseta, a veces por el frío, a veces como anticipación a lo que sucedería en cuanto volvieras a tomar tu lugar junto a mí.
Cada vez era igual. Tomabas tu lugar en la cama como si nunca te hubieses levantado, me mirabas desde la almohada con esa mirada que tanto me gustaba, entre inocente y cachonda, que me hacía desearte como el primer día. Me acercaba a tí, nos besábamos con fuerza y después hacíamos el amor como si hubieran pasado años desde la última vez.
El resto de las mañanas de domingo pasaba como un sueño. Hablábamos de todo y nada, nos besábamos, reíamos contándonos chistes, juguetéabamos, deshacíamos en críticas a quienes nos daban los momentos más difíciles en nuestros trabajos, hacíamos el amor dos veces más, y luego volvías a quedarte dormida mientras yo pasaba mis dedos una y otra vez por tu cabello. Ese cabello que no puedo quitarme de la cabeza: negro, sedoso, perfumado.
Se me hace tarde, pero qué más da. Hoy he decidido llevar estos pensamientos hasta el límite. Detesto despertar por las mañanas con una imagen tuya en la cabeza. Extender mi brazo al lado contrario de la cama y despertar de golpe, sintiéndome estúpido, al no encontrarte ahí. Recuerdo aquél día en que me enviaste un mensaje preguntándome si te extrañaba y cuánto. Fue entonces cuando se me ocurrió lo que después sería un chiste local entre tú y yo. No sabía cómo decirte que estaba tan entretenido jugando Play, que no sentía mucho la falta de tu presencia. "Te extraño más que a matar zombies" te contesté, y para mi fortuna lo encontraste hasta poético. Desde entonces, a cada rato nos mandábamos mensajes con las misma frase. A veces nos llamábamos a media noche, para decirnos esa frase nada más.
Y no sé por qué ahora, siendo yo el que se fue, siendo yo el que te pidió que nos separáramos por el miedo de que la distancia física a que nos enfrentaríamos nos diera en la madre, siendo yo el que está en la situación más ventojosa, te pienso, te veo, te imagino, te deseo y te extraño más que a matar zombies.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Lo que es no tener nada qué hacer...

Ayer fue cumpleaños de mi santa madrecita. Cumplió 60, e independientemente de todas las consecuencias que eso me trae (sí, a mí, a ella no... o al menos no las dice) por la onda de pensar que mi pobre madre ya está en una edad avanzada (que ni se le nota...), que los miedos de que pronto llegue el día en que ya no pueda salir sola, de que tal vez pronto me pida nietos, etc. etc. se me ocurrió jugar una pequeña bromita en el messenger.
Me puse de sobrenombre "Mi mamá ya es abuela" y las reacciones no dejaron esperar.
La Polla me dijo: "¿En serio? Holy Shit..." (como si fuera un pecado capital)
Un vecino: "Pero... si no tienes hermanos... ¿cómo?" (como si fuera tan difícil pensar en que yo pudiera y quisiera tener chilpas)
Un amigo: "Pero no es por parte tuya, ¿o sí?" (De nuevo, como si yo fuera incapaz de tener hijos o de incluso pensar en ello)
Un ex-alumno: "No me diga éso, miss, usted aún está muy chava..." (Claro, como él no siente el reloj biológico haciendo tic-tac...)
Un amigo del francés: "¿Y tú ya eres mamá?"
Una ex-compañera de trabajo: "¡¿Quéeeeeeeeeeee?! ¿En serio, Chloè? ¿Y cuánto tiempo tienes? ¿Ya empiezo la chambrita?"
Un cuate del internet: "Oye, ¿y tu hijo tiene papá? Si no, yo me apunto..." (Como si fuera absolutamente necesario tener un papá para educar bien a un hijo)
Otro cuate del internet: "A ver explícame éso... ¿ya tienes o vas a tener un hijo?"
Pero el más genial me lo dio mi cuñado, Godzilla, a quien además, le seguí el juego:
"No manches, ¿en serio?"
"Sí, confirmado"
"¿Voy a ser tío?"
Y ahí fue donde me reí y le dije la verdad... El pobre ya estaba organizando la pachanga para festejar el evento. Y entre el susto y la decepción de que no iba a ser tío, hasta se le olvidó el cansancio.
¡Qué bonito es no tener nada qué hacer! Y felicidades muchas a mi mamita... que cumpla muchos más con buena salud.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Días de muertos

Desde que era niña, la festividad que más me late es Días de muertos. Todos los colores y los olores me traen tan buenos recuerdos a la fecha...
Recuerdo uno en particular, con mis papás, en Mixquic. Fuimos a un panteón a ver cómo se ponía el asunto. Recuerdo a la gente que cargaba con ollas, botellas y flores y que ponía una especie de mesa-ofrenda en las lápidas y hablaban con los muertitos como si los tuvieran en frente.
Recuerdo a mi abuelo comiéndose las mandarinas y las naranjas de las ofrendas que mi abuela ponía y dejando las cáscaras, que con tanto cuidado quitaba en espiral, para dar la impresión de que la fruta estaba completa.
Recuerdo el dulce de calabaza y de zapote con naranja que hacía mi papá esos días.
Recuerdo el papel picado y el sonido de éste volando con el viento.
Recuerdo el chileatole y los tamales. El pan de muerto. El olor del copal quemándose poco a poco en los sahumerios.
Recuerdo el amarillo y el rojo del zempazúchitl y el terciopelo y sus olores también.
Recuerdo el día de muertos en Francia, tan triste, tan gris, tan horrible, con las campanas de la iglesia que estaba a un lado del hostal donde Ciappa Destra y yo nos quedamos en Caen tañendo con una tristeza indescriptible, a la gente grande caminando con vestimentas oscuras y flores en los brazos camino del cementerio que se veía tan triste. Extrañé mi casa, extrañé mis olores, extrañé los colores.
Ahora que estoy de vuelta, me siguen fascinando las demostraciones de estos días. Tan alegres, tan coloridas, tan olorosas, tan graciosas.
Y me sigo preguntando si la comida de la ofrenda no tiene sabor porque vinieron los muertitos (Abue Ana, Gush, Lupilla, Samuel) o sólo porque ha estado expuesta.
Estos días suceden cosas raras.