lunes, 21 de enero de 2008

Razones

No es que me azote y no duerma en las noches por el remordimiento o algo así. Tampoco es que de verdad haya sido un parteaguas en mi vida, ni mucho menos. Pero estuve pensando en ello. En realidad es algo constante en mi cabezota hueca, porque de cierta manera sí es una piedrota en el camino que ahora debo sortear, pues ese es un aspecto de mí misma que ahora que he tenido tiempo para revalorar(me) no me gusta mucho que digamos.

Cuando vivía en la P.C., hubo un incidente en el que ahora pienso cuando paso por ahí o cuando me sucede algo similar. Un día, cuando iba camino a la universidad, me subí en el pecero que me llevaba a T. Un mono que iba leyendo un libro me llamó la atención. Era llenito. De cabello claro y ojos grises. Él dejó su lectura y me miró. No nos sonreímos ni nada. Pasó. Llegamos a T. Todos los que íbamos en el pecero, bajamos y se me olvidó el monito. Sin embargo, al subir al pecero que me llevaría hasta la puerta de la universidad, ahí estaba de nuevo. Dejó de nuevo su lectura y me miró. Esta vez fue por más tiempo. Me siguió con la mirada hasta mi asiento y se acomodó. Siguió en su lectura, sin embargo en el trayecto, me dedicaba algunas miradas. él bajó antes que yo. Pensé que no volvería a verlo y me dí de topes por no haber buscado su mirada y sonreído.

Me gustó, sí, pero como siempre, la pena y la inexperiencia en esas cosas me ganaron (¿qué es lo correcto en esas situaciones, sentarte junto a él y preguntar alguna estupidez, como la hora aún cuando traes reloj, decir 'hola'... qué?)

Unos días o meses después, salí a correr al parquecito que quedaba detrás de mi casa: un camino de tezontle improvisado para los vecinos 'saludables'. Mi mamá salió a caminar para sentirse activa. Caminábamos juntas un rato, en lo que yo calentaba, platicábamos de cosas tontas, cuando un pastor alemán me llamó la atención. Siempre he querido un perro y me gustan los perros grandes. El animal se veía juguetón, traía una rama gruesa en el hocico y venía directo hacia nosotras. Al levantar la vista buscando al dueño, me encontré algo agradable: el mismo tipo del pecero, con su cabello claro y sus ojos grises (clavados en mí). Nos sonrío y dijo "buenos días". Le contestamos el saludo. Pasó de largo. Mi madre volteó a verme y me preguntó si lo conocía. Le dije que no (¿para qué meterse en detalles? 'Sí, mamá, sí lo conozco, no sé cómo se llama pero lo ví una vez en el pecero y me gustó'). Las dos levantamos los hombros y seguimos en lo que estábamos. Por lo visto, era mi vecino (¿demasiada coincidencia?).
Era mi hora de correr. Me separé de mi mamá y subí al caminito de tezontle para mis rigurosos 30 minutos de ejercicio. En las tres o cuatro vueltas que me daba tiempo de darle al famoso caminito me lo crucé varias veces, siempre con sus ojos grises clavados en mí. Pero la mensa de yo, en vez de sonreír, saludar o algo, me hacía güey. Trataba de encontrar el valor para decir lo que fuera. Sentí que él también buscaba el momento.
Se terminaron mis 30 minutos y fui a buscar a mi mamá. La encontré en la parte baja del caminito, caminando tranquilamente. Me reuní con ella y caminamos algunos pasos más, hasta que dijo que estaba cansada y que volviéramos a casa. En el camino, me contó que el monito se la había cruzado una vez y, de manera indirecta, preguntó por mí: "¡Ya la dejaron sola!". "No," respondió mi mamá, "anda por allá arriba corriendo". Pensé que el día siguiente sería otro día y que entonces encontraría el valor suficiente para decir hola mientras abría la reja de mi casa.
Basta decir que no volví a verlo, a pesar de que lo busqué varias veces cuando salía a correr, a él o a su perro, pero nunca más lo encontré. Pasaba por cada calle, escuchando atentamente a ver si escuchaba el ladrido de un perro grande, buscaba en cada calle una señal suya, pero nada. Salía a caminar por el caminito de tezontle a distintas horas del día, buscando si quiera verlo de lejos para saber dónde vivía y pasar más seguido, buscando contacto. Nada.
E insisto, no es algo que me quite el sueño, pero aún hoy, a no sé cuántos años de eso, paso por la P.C. y me acuerdo. Aún busco rastros suyos en las calles. Nunca ha habido nada más allá de un recuerdo. Y me doy de topes, aunque no muchos, ni muy visibles, sólo me digo "qué güey". Y no porque piense que de ahí pudo salir la relación de mi vida, tal vez sólo hubiera sido una conversación estilo "hola, ¿cómo te llamas? ¿Qué te gusta?" "El rock" "A mí el grupero" "Bueno, sale, bye". Pero ahora nunca lo sabré.
Y ésa es una de las razones por las cuales creo que bien me dice el muerto que debo arreglar mi faceta social, porque cosas como ésa me han sucedido muchas veces, no con tanto material para un post, pero es algo recurrente, desde que alguien me sonríe en la calle, lo encuentro atractivo, pero en vez de sonreír de vuelta, desvío la mirada.

jueves, 17 de enero de 2008

La neblina en las montañas.

"Te echo mucho de menos. Te quiero mucho. Eres una persona muy importante para mí... En verdad quisiera que estuvieras aquí..."

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Ella nunca me habría dicho algo así de ninguna otra forma. Sé que cuando lo dijo ya se había bebido más de media botella de vino. Creo firmemente en la sabiduría popular: los borrachos y los niños siempre dicen la verdad.
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Recuerdo sus ojos cafés, de enormes pestañas buscándome en la Gare de Rouen. Recuerdo con qué ternura describía mi cara de terror al encontrarme. Recuerdo esa primera vez que escuché su voz e inmediatamente me sentí tranquila, aunque apenada. Recuerdo su bigote, porque tiene bigote. Recuerdo su manera de fumar. Recuerdo su cabello corto y canoso, aunque sólo tiene 34 años. Recuerdo con que curiosidad me preguntaba sobre el viaje, sobre mis padres, sobre mi país, si tenía planes en particular, qué quería hacer, qué buscaba allí... Recuerdo cada rincón de su casa, las veces que sonrió conmigo o por mí. Recuerdo con qué afán preguntaba acerca de los fines de semana. No quería que me aburriese o sintiese sola.
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"El asistente que llegó este año es chileno. Vive en Boulingrin, donde vivía Isaí, en el Lycée Flaubert, así que apenas lo veo. Pero no me interesa llevarme con él o relacionarme con él. La única asistente que quiero eres tú".
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Me hizo parte de su familia. Por medio de la confianza. Me confió lo que ella considera lo más importante: sus hijas. Nunca recibí un abrazo de su parte, excepto el día en que nos despedimos. "No llores, que me harás llorar". No quiso ir a la Gare. Su esposo me llevó. Su esposo me despidió. Sé que volveré a verla. Sé que se ganó el lugar que ocupa.
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Sus frases más recurrentes eran: "te voy a matar" y "me cago en la mar". Yo la molestaba cuando iba a clase con el madrileño que tan mal le caía: "Tengo clase con tu amigo". Chiappa Destra tomó una foto donde salimos ella y yo con su esposo, estando ella de vacaciones. Él nos llevó a recorrer las playas de Normandía. Chiappa, al ver la foto, dijo que se llamaría "Me cago en la mar".
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"Mi madre me dio mucho dinero antes de morir para ir a verte. Sólo por eso me lo dio. Y estoy muy mal, pero iré a verte y eso me consuela sólo un poco".
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Hoy vi niebla en las montañas. Recordé el día que me llamó para ver si había visto la nieve caer la noche anterior. "Por fin conociste la nieve... ¿estás contenta?"