No es que me azote y no duerma en las noches por el remordimiento o algo así. Tampoco es que de verdad haya sido un parteaguas en mi vida, ni mucho menos. Pero estuve pensando en ello. En realidad es algo constante en mi cabezota hueca, porque de cierta manera sí es una piedrota en el camino que ahora debo sortear, pues ese es un aspecto de mí misma que ahora que he tenido tiempo para revalorar(me) no me gusta mucho que digamos.
Cuando vivía en la P.C., hubo un incidente en el que ahora pienso cuando paso por ahí o cuando me sucede algo similar. Un día, cuando iba camino a la universidad, me subí en el pecero que me llevaba a T. Un mono que iba leyendo un libro me llamó la atención. Era llenito. De cabello claro y ojos grises. Él dejó su lectura y me miró. No nos sonreímos ni nada. Pasó. Llegamos a T. Todos los que íbamos en el pecero, bajamos y se me olvidó el monito. Sin embargo, al subir al pecero que me llevaría hasta la puerta de la universidad, ahí estaba de nuevo. Dejó de nuevo su lectura y me miró. Esta vez fue por más tiempo. Me siguió con la mirada hasta mi asiento y se acomodó. Siguió en su lectura, sin embargo en el trayecto, me dedicaba algunas miradas. él bajó antes que yo. Pensé que no volvería a verlo y me dí de topes por no haber buscado su mirada y sonreído.
Me gustó, sí, pero como siempre, la pena y la inexperiencia en esas cosas me ganaron (¿qué es lo correcto en esas situaciones, sentarte junto a él y preguntar alguna estupidez, como la hora aún cuando traes reloj, decir 'hola'... qué?)
Unos días o meses después, salí a correr al parquecito que quedaba detrás de mi casa: un camino de tezontle improvisado para los vecinos 'saludables'. Mi mamá salió a caminar para sentirse activa. Caminábamos juntas un rato, en lo que yo calentaba, platicábamos de cosas tontas, cuando un pastor alemán me llamó la atención. Siempre he querido un perro y me gustan los perros grandes. El animal se veía juguetón, traía una rama gruesa en el hocico y venía directo hacia nosotras. Al levantar la vista buscando al dueño, me encontré algo agradable: el mismo tipo del pecero, con su cabello claro y sus ojos grises (clavados en mí). Nos sonrío y dijo "buenos días". Le contestamos el saludo. Pasó de largo. Mi madre volteó a verme y me preguntó si lo conocía. Le dije que no (¿para qué meterse en detalles? 'Sí, mamá, sí lo conozco, no sé cómo se llama pero lo ví una vez en el pecero y me gustó'). Las dos levantamos los hombros y seguimos en lo que estábamos. Por lo visto, era mi vecino (¿demasiada coincidencia?).
Era mi hora de correr. Me separé de mi mamá y subí al caminito de tezontle para mis rigurosos 30 minutos de ejercicio. En las tres o cuatro vueltas que me daba tiempo de darle al famoso caminito me lo crucé varias veces, siempre con sus ojos grises clavados en mí. Pero la mensa de yo, en vez de sonreír, saludar o algo, me hacía güey. Trataba de encontrar el valor para decir lo que fuera. Sentí que él también buscaba el momento.
Se terminaron mis 30 minutos y fui a buscar a mi mamá. La encontré en la parte baja del caminito, caminando tranquilamente. Me reuní con ella y caminamos algunos pasos más, hasta que dijo que estaba cansada y que volviéramos a casa. En el camino, me contó que el monito se la había cruzado una vez y, de manera indirecta, preguntó por mí: "¡Ya la dejaron sola!". "No," respondió mi mamá, "anda por allá arriba corriendo". Pensé que el día siguiente sería otro día y que entonces encontraría el valor suficiente para decir hola mientras abría la reja de mi casa.
Basta decir que no volví a verlo, a pesar de que lo busqué varias veces cuando salía a correr, a él o a su perro, pero nunca más lo encontré. Pasaba por cada calle, escuchando atentamente a ver si escuchaba el ladrido de un perro grande, buscaba en cada calle una señal suya, pero nada. Salía a caminar por el caminito de tezontle a distintas horas del día, buscando si quiera verlo de lejos para saber dónde vivía y pasar más seguido, buscando contacto. Nada.
E insisto, no es algo que me quite el sueño, pero aún hoy, a no sé cuántos años de eso, paso por la P.C. y me acuerdo. Aún busco rastros suyos en las calles. Nunca ha habido nada más allá de un recuerdo. Y me doy de topes, aunque no muchos, ni muy visibles, sólo me digo "qué güey". Y no porque piense que de ahí pudo salir la relación de mi vida, tal vez sólo hubiera sido una conversación estilo "hola, ¿cómo te llamas? ¿Qué te gusta?" "El rock" "A mí el grupero" "Bueno, sale, bye". Pero ahora nunca lo sabré.
Y ésa es una de las razones por las cuales creo que bien me dice el muerto que debo arreglar mi faceta social, porque cosas como ésa me han sucedido muchas veces, no con tanto material para un post, pero es algo recurrente, desde que alguien me sonríe en la calle, lo encuentro atractivo, pero en vez de sonreír de vuelta, desvío la mirada.